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Así sobreviví a mi expareja que casi nos mata

“Soy sobreviviente de violencia intrafamiliar, me considero una guerrera que a diario lucha, jamás me doy por vencida y si llegara a tirar la toalla, solo sería para secarme el sudor y seguir luchando con mi fortaleza en Dios”.

Quiero empezar diciendo que soy hija, hermana, amiga, maestra de diversificado, locutora y publicista profesional; y amo ser todo esto. Tengo 34 años y soy madre de una hermosa princesa de 11 años y de un hombrecito maravilloso de 9.

Durante mi primer año de la universidad conocí a un hombre que para mí, era el ideal y llenaba todas mis expectativas: alto, moreno, ojos preciosos, espalda ancha, brazos fuertes, en fin… lo que yo quería. Fuimos novios algunos meses en los que viví los mejores momentos de mi vida y por eso, quería realizar con él todos mis sueños. Sin embargo, no fue así. El destino nos separó.

A los tres años nos reencontramos, ya profesionales los dos, armando nuevamente nuestras historias. Yo trabajaba en una radio nacional reconocida, en uno de los programas de más raiting de la época, era mi sueño hecho realidad. Empezamos a salir y volvió a conquistarme con sus atenciones y detalle; fuimos novios 6 meses y luego decidimos unir nuestras vidas, ¡7 años de la peor pesadilla! En los primeros meses yo era muy feliz: tenía el mejor trabajo del mundo, un hombre que se preocupaba tanto por mí, al punto que le daba miedo perderme; y por si fuera poco, me sentía realizada de estar embarazada.

Pero todo se derrumbó en una cena. Yo tenía frío y él me prestó su chaqueta, en una de sus bolsas había una prenda íntima femenina, me paralicé y le pregunté qué significaba eso y me dijo: “No es lo que piensas….” Me levanté de la mesa y me marché, él me tomó del pelo y me dijo:

 

“A mí nadie me deja con la palabra en la boca”.

 

Me tiró al piso, me arrastró al cuarto y cerró la puerta; me levantó del brazo y me dio un cabezazo en la frente. Luego, me empujó hacia la cama, pero caí en la orilla y luego al suelo, en donde comenzó a patearme y a dar manadas en los brazos, piernas y espalda, así que me encorvé para cubrir mi vientre y proteger a mi bebé. Lloraba y gritaba, suplicándole que se detuviera, hasta que al fin reaccionó y se tiró al suelo llorando, pidiéndome que lo perdonara, que no sabía que le había pasado y que no lo volvería a hacer.

 

“Te lo prometo…” Esa fue la primera vez que me golpeó. Obviamente no cumplió su promesa.

Al otro día, no podía ni moverme. Me dolía todo el cuerpo y mi bebé, con 5 meses de gestación, tampoco se movía como solía hacerlo. Me asusté tanto que no fui a trabajar y me reporté enferma para ir a hacerme un ultrasonido y, gracias a Dios, del embarazo todo estaba bien.

Él comenzó a beber, a portarse controlador y más celoso; siempre fue así, pero yo estaba tan enamorada que no me había dado cuenta. Ese es el error en el que todas la mujeres abusadas caemos: nos engañamos creyendo que todo es un sueño del cual despertaremos pronto, pero al contrario, es una pesadilla que solo una puede ponerle fin.
Tuve muchos encuentros desagradables de los que siempre se disculpaba. Vivía con miedo todo el tiempo porque él me amenazaba y yo callaba todo.

Cuando nació mi princesa tuvimos que dejar el apartamento por la humedad, así que decidimos mudarnos a la casa de mis padres. Creí que todo cambiaría ahí, pero no: siguió embriagándose, se quedó sin trabajo y cada vez que le reclamaba algo, me volvía a golpear. No aguanté más, así que se lo conté a mi madre y un 25 de julio presenté la denuncia. Un año 7 meses me duró la paz. Me llamó para pedirme perdón y que bautizáramos a nuestra hija. Volvimos a la etapa de luna de miel, pues yo tenía la esperanza que realmente había cambiado y quedé embarazada. La historia se repitió y maldije la hora que volví a confiar en él.  Fue entonces cuando escuché las palabras más duras de mi madre:

 

“Él sabe con quién se mete y golpea a quien se deja. Existen hombres como él porque hay mujeres como vos que se lo permiten”.

 

Mis hijos vieron mucho la forma como me atacó, al punto de ahorcarme. Me separé finalmente y todos hemos recibido terapia psicológica, el refugio fue mi familia. Viví 7 años de abuso, que todavía no sé por qué soporté tanto, pero contar mi historia y compartirla me hace fuerte y me compromete a decir a las mujeres que no caigan en ese círculo de violencia. Ámense y jamás acepten que nadie las agreda ni controle, pues ellos ya no cambian y una se vuelve codependiente.

Hoy estoy de pie, desperté empoderada; soy una guerrera, libre y feliz. Tuve que darle seguimiento al proceso de pensión alimenticia de mis hijos y luego de 14 meses gané el caso. Actualmente doy consultorías para apoyar a otras mujeres víctimas de la violencia intrafamiliar.

-Jessica Ruano

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