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“Aparenté tener un novio perfecto, pero en realidad me violentaba”

Soy Karly* y tengo 35 años de edad. No fue fácil animarme a contarte mi historia, en especial porque afloran sentimientos de vergüenza y sufrimiento, pero sé que te puede alertar para no caer en manos de un hombre agresor que en su inicio pintaba ser dulce y caballeroso.

Toda mi vida he sido una mujer trabajadora, profesional y autosuficiente, con un círculo grande de amistades, vida social activa y clara en mis proyectos personales. Por cuestiones de trabajo conocí a Jorge*, nos vimos un par de veces, pero luego perdimos la comunicación, hasta reencontrarnos en Facebook, ahí comenzó una relación que duró 6 años.

Se presentó como un hombre encantador

La química fluyó rápidamente entre nosotros y cuando menos lo sentí, ya tenía un novio “encantador”, todo un “caballero” “galante”, “educado”, “inteligente”, “con buena presencia”, de esos que te regalan flores, te abren la puerta del carro, te besan la mano, te acompañan gustosos a todas partes, te cantan, te dedican canciones y te declaman poemas.

En ese primer año de noviazgo afloraron todas esas “cualidades” con las que no solo me enamoró a mí, sino también a mi familia y amistades cercanas; todo ese derroche de “virtudes” le restaba importancia al hecho que Don Jorge* ya había tenido 2 divorcios previos a nuestra relación, antes que él cumpliese 38 años, son “detallitos” que se nos escapan y que la “ilusión” no nos permite analizar.

Justo antes de cumplir un año me hizo la propuesta de vivir juntos, con el pretexto de optimizar recursos, y acepté. Él se trasladó a vivir a mi casa. En ese primer año de convivencia me dio el anillo de compromiso, dispusimos ahorrar para así formalizar la fecha de la boda antes de los dos años, evento que nunca se concretó.

Los celos eran el pan de cada día

En el segundo año de la relación comencé a percibir ciertas actitudes que me desconcertaban un poco, pero lo dejé pasar. Empecé a notar contradicciones entre sus palabras y actos. Por ejemplo, él juraba que no era celoso pero tenía siempre algo que decirme cuando me reunía con amigas, compañeros, hasta me celaba con el mecánico cuando llevaba a servicio el carro; eso me hizo cambiar, me alejé poco a poco de mis amistades y evitaba las actividades en las que tuviera contacto con hombres, para que no se molestara. Estaba tan enamorada…

Hubo infidelidad

Estábamos por cumplir tres años de relación cuando me enteré de la primera de muchas infidelidades que vendrían en los años siguientes. Al momento de confrontarlo me lo negó poniendo de escudo a Dios. A todo esto, el “galante caballero” poco a poco iba desapareciendo y en su lugar se asomaba un hombre manipulador, mujeriego, mentiroso, egoísta, agresor físico, emocional y psicológico; e irresponsable. Yo siempre lo callé porque contaba solo maravillas de él, escondiendo lo que realmente estaba viviendo, quería decirle a la sociedad que éramos una pareja perfecta.

La agresión física comenzó

Con cada maltrato e infidelidad él iba midiendo mi grado de tolerancia sobre sus faltas, que cada vez eran más graves, así como sus insultos verbales. Llegó el momento en que esa agresión se hizo física. Un día estaba bajo efectos de alcohol y con su puño me dio un golpe en el estómago, me tiró al piso y me agarró a patadas; en ese mismo momento agarré el carro rumbo a un centro asistencial y en el camino iba dispuesta a denunciarlo a la policía, pero al mismo tiempo hablaba telefónicamente con una persona que me convenció de no hacerlo y el personal médico me decía lo contrario, pero no lo hice. En mi mente pasaban ideas como qué iban a pensar los demás que habían visto que éramos una pareja perfecta, tal vez yo estaba exagerando, de repente yo soy la celosa, no lo quiero perder, etcétera.

Dejé de amarme

Te quiero comentar que el hecho de no haberlo denunciado desde el principio, porque no fue la primera vez que lo hizo, significaba que yo había dejado de amarme y sin imaginarlo ya estaba involucrada en una relación patológica de codependencia emocional, y lo peor es que por vergüenza evitaba contarle a alguien más lo que estaba viviendo. Mientras tanto, en momentos de soledad me confrontaba a mí misma y me preguntaba en dónde estaba la mujer fuerte y segura que algún momento había sido.

Me fui consumiendo

Mi sonrisa se fue apagando, la amargura se acumulaba en mi garganta por no tener el valor de gritar lo que me estaba pasando, la tristeza se reflejaba en mis ojos, que por más que los maquillara ya no lograban brillar, sentía que la energía vital se me escapaba y que estaba totalmente consumida por dentro. Este descontrol emocional lamentablemente se reflejó en mis otras áreas de vida, empecé a tener problemas de salud, mal carácter, problemas laborales, falta de concentración y otras consecuencias más.

Un día de mucha angustia, rompí el silencio y le conté mi situación a una amiga psicóloga y con su consejo poco a poco fui trabajando en mi plan de recuperación personal, el cual no fue nada fácil; me tomó más de un año y medio tener el coraje para decir ¡hasta aquí, ya no más abusos hacia mi persona! Yo ya sabía que él no cambiaría, pues en varias ocasiones le había sugerido que buscara ayuda profesional o espiritual, la cual rechazó porque él cree fervientemente que no la necesita; entonces, la que tenía que cambiar era yo.

Debido a que llegué a conocer muy bien su forma de proceder sabía perfectamente que tarde o temprano me la volvería a hacer y, lo que hice fue prepararme metal y emocionalmente para ese día; no sabía cuándo llegaría pero yo trataría de estar lo más preparada posible, aunque debo decirte que no fue fácil.

Me armé de valor y le puse punto y final a la relación

¿Cómo lo hice? Fui documentando cada ocasión en la que me sentía violentada, llevé un diario en el que escribía todo lo que sentía en ese momento, lo guardaba celosamente por aquello que me lo llegara a encontrar y lo leía cada cierto tiempo para retroalimentar lo que realmente me tocaba vivir y así animarme a poner la denuncia.

El “hasta aquí” llegó en las primeras horas de la mañana de un día entre semana, cuando descubrí su última infidelidad “ya consumada”, aun en ese momento teniendo las pruebas en mi mano créanme que temblaba y dudaba de tomar la decisión de separarme definitivamente de él. Por misericordia divina llegó a mí el coraje que tanto me había faltado en los últimos 3 años y puse punto y final a una relación de abuso y maltrato, cambié todas las cerraduras de mi casa, busqué la asesoría de protección y denuncié mi caso.

No está de más contarles que al mes y medio de nuestra ruptura él ya estaba presentando oficialmente en redes sociales a su nueva novia o mejor dicho, a su nueva víctima. Ahora comprendo que el agresor si no obtiene ayuda a tiempo nunca va a cambiar, lo único que hará es buscar otra víctima para continuar con el circulo de violencia al que él ya está acostumbrado.

En lo que a mí respecta, asumí el 50% de responsabilidad porque una relación es de dos, tomé consciencia de mis acciones y a la semana siguiente busqué ayuda profesional y empecé terapia. Lo que más me costó fue perdonarme a mí misma por no reaccionar a tiempo, viví mi proceso de duelo, empecé nuevamente a ponerme en contacto con mi familia y amigos, a participar en actividades que alimentaran mi espíritu y alma, a capacitarme emocionalmente, a servir a otros, a hacer las cosas que me gustan y que había dejado de hacer por más de 6 años.

Amigas, tomen nota por favor

Hoy, no hay mujer que no sea vulnerable, la violencia ataca por igual a todas y se disfraza de muchísimas maneras: para ella no existen títulos ni clases sociales que la detengan, la única arma con la que ahora contamos para defendernos es no quedarnos calladas, mantenernos informadas al respecto y ayudarnos entre nosotras mismas.

Lamentablemente no todas las mujeres que somos o fuimos víctimas tienen un fácil acceso a terapias profesionales, pero gracias a la tecnología existen muchas formas para informarte, bien sea en redes u organizaciones. Si tú que me estás leyendo en este momento te sientes identificada, por favor no te quedes callada, busca el apoyo para salir de ese círculo vicioso, cuéntale a alguien de mucha confianza lo que te está sucediendo, ¡no estás sola!, siempre hay alguien que quiere el bien para tu vida. Así que no te des por vencida y no sacrifiques tu felicidad por hacer feliz a alguien que no te merece ni valora. No te arriesgues y ponle fin a la violencia intrafamiliar.

Recuerda que una sana relación incluye respeto, compromiso y cariño, si tú lo estás dando en tu relación tienes derecho a exigir lo mismo.

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