La fase en la que los niños “descubren” las palabrotas es incómoda para la mayoría de los padres. Pero hay estrategias creativas con las que lidiar con las palabras malsonantes en el día a día.
Por Ricarda Dieckmann (dpa)
“¡Imbécil!”, cuando una expresión así sale de la boca de un niño sus progenitores se sienten de todo menos orgullosos. “¿De dónde sacó mi hijo esa palabrota?”, se preguntan. ¿Y si la pronuncia mientras estamos con él en la fila del supermercado esperando nuestro turno para pagar?
“Los niños tienen los oídos bien abiertos, se interesan por lo que les rodea”, explica Dana Mundt, del servicio de consultoría en línea de la asociación profesional alemana de asesoramiento educativo (bke).
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Añade que los menores pueden haber escuchado palabras malsonantes bien en la guardería, en la escuela, en boca de hermanos mayores o incluso de sus propios padres cuando les sorprendió un contratiempo al volante.
En el caso de niños algo mayores o adolescentes los medios juegan un rol importante, pueden escuchar palabrotas en vídeos, en Internet o en determinadas canciones.
Importa la reacción, no la palabra en sí
Según Dana Mundt, las palabrotas en sí mismas no son lo que atraen a los niños, sino las reacciones que provocan.
Cuando un menor descubre una palabra malsonante, prueba el efecto que produce en los demás cuando la escuchan.
En el momento en el que un niño dice palabrotas en una fiesta familiar o en el patio de juegos algunos padres se preocupan sobre lo que pensarán los demás, pues quieren que sus hijos traten a los demás con respeto, explica Christina Zehetner, especializada en pedagogía social y educadora.
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Sin embargo, los niños más pequeños no suelen ser conscientes de lo que significan los términos o expresiones en cuestión. Normalmente cuando los utilizan no pretenden ofender a los demás, indica Dana Mundt.
Según la experta, en el caso de niños mayores y adolescentes, decir palabrotas puede ser una forma de desahogarse.
Cultura familiar
Entonces, ¿qué hacer cuando los niños dicen palabras obscenas? “Respirar profundamente y no tomarlo como algo personal”, aconseja Stefanie Wenzlick, especializada en Ciencias de la Educación.
Añade que no existe un remedio infalible que las erradique del vocabulario infantil, pues cada familia tiene su propia cultura en relación a las palabras malsonantes.
Los expertos coinciden en que los castigos no son un buen método para evitar que los menores digan palabrotas. Tampoco hay que restarle importancia, e insisten en que los padres no deben ignorar el hecho.
Criticar el término, no al niño
Ya sea en público o en la mesa del desayuno, cuando un niño pronuncia una palabrota los padres deben explicarle que es una palabra problemática. “Deben criticar el término, no al menor”, indica Wenzlick.
Si están en edad preescolar, se les puede aclarar que las palabrotas no son agradables y que molestan y hieren los sentimientos de otras personas.
En el caso de niños mayores y adolescentes es posible analizar los términos más a fondo. Muchas palabras malsonantes implican desprecio hacia la mujer, homofobia, racismo o menosprecio hacia ciertas discapacidades.
Si los jóvenes se dan cuenta de ello, la probabilidad de que las incorporen a su vocabulario disminuye.
Ofrecer alternativas
Mundt recomienda tratar el tema con cierta complicidad. Como alternativa, padres e hijos pueden jugar a inventarse palabras inofensivas que sustituyan a las ofensivas.
Otra opción, para familias con niños mayores, es habilitar una “hucha para palabrotas”: Cada vez que algún miembro -incluyendo los padres- diga una palabra malsonante tiene que introducir en ella la cantidad de dinero previamente acordada.
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“Esto crea conciencia del número de palabrotas que se usan realmente”, concluye Zehetner.
dpa